En la vida he encontrado maestros y a todos les debo una parte de lo que soy. Algunos duros y exigentes. Otros, espejos nítidos en los que logro reconocer lo que no quiero aceptar de mí. Hay uno que me mira con amor y me hace florecer. La mayoría de maestros me enseñan con su ejemplo lo que puedo llegar a ser si me esfuerzo, o si me descuido, según el caso.
Mi cuerpo en meditación y contemplación es un maestro que abre dos portales: el del Silencio y el de la Quietud. Al cruzarlos descubro mis sombras y también tesoros.
Hay un maestro que él mismo es todo Silencio y toda Quietud. Es el jardín. No habla con palabras. No se mueve salvo por algunos bosques de guaduas y bambúes que caminan … aunque muy lentamente …
El jardín es un espacio contemplativo. Allí inicio una comunicación profunda y silenciosa. Alguien tiene sed, alguien necesita un drenaje por exceso de humedad. Alguien florece y perfuma y fructifica, porque esa es su razón de ser. Y alguien agradece que le quite el peso de alguna hoja o rama seca que aún no había logrado soltar.
La vida y la muerte en el jardín son Unidad. Las hojas y troncos secos son germen de una nueva vida, deviniendo en tierra fértil y abonada. Nada se pierde en el jardín. La vida y la muerte danzan juntas todo el tiempo. Y no se tienen miedo.
A veces hay polillas y gusanos que se comen los brotes nuevos y las hortalizas. Es necesario desprenderlos, así como a las malas hierbas que compiten con los frutos y las flores. Son malas compañías que ralentizan su proceso y les impiden desarrollarse con plenitud. Son ladrones de tiempo, de espacio y de energía vital.
Así también, en el jardín de mi alma me adentro a través de la meditación y de la contemplación. Descubro a partir de la quietud y del silencio aspectos de mi afectividad que se pueden estar secando o inundando.
Recuerdo como desvelar pensamientos, sentimientos o intrusos limitantes que me roban energía. Y descubro que la muerte es apenas un cambio de estado que siempre da paso a una nueva vida. Y que el miedo no es necesario.
Recuerdo cómo cuidar de mí misma. Recuerdo como florecer y fructificar. Hierbas dulces, ácidas o amargas aroman mis días y los hacen más saludables y alegres. Allí recuerdo cómo conectar con mis necesidades más profundas, con mis sombras, con mis miedos.
En el jardín exterior y en el interior, se calla, se escucha y se recuerda la esencia.
María Marcela Salcedo Galán -Tabla 156 patrocinados, Bello, Antioquia
No cabe duda de que la idea del jardín como representación del jardín espiritual, o Paraíso, no es nueva. Así, 2.700 años A.C los babilonios describieron su jardín paraíso en el poema épico de Gilgamesh: «En estos jardines inmortales se yergue un árbol… este árbol está situado junto a una fuente sagrada». También es notable la importancia de la simbología del jardín en el Génesis, aunque tal vez fueron los persas quienes más resaltaron la espiritualidad del jardín, siendo los precursores del arte paisajista en el mundo islámico. En el Corán lo vemos mencionado no menos de en 120 ocasiones, desde distintas acepciones:
«Quienes obedezcan a Dios y a Su Enviado, Él les introducirá en Jardines debajo de los cuales fluyen ríos, en los que estarán eternamente» (4-13).
El Jardín con mayúsculas también aparece de forma frecuente en la Sunna del Profeta. En un hadiz dijo el Mensajero de Allah: «Lo que más hará entrar a la gente en el Jardín son la conciencia de Allah y el buen carácter».
No obstante, el jardín en su vertiente espiritual, no se circunscribe en el Islam a una mera recreación y recuerdo del Jardín del Más Allá. El jardín está asociado también a la muerte, o descanso eterno, como lo demuestra el nombre que recibe el cementerio, rauda –una de las denominaciones del jardín. También se relaciona con el florecer espiritual del ser humano, como se aprecia en el término Raudiyah, o disciplina para educar el alma hasta que se convierta en un jardín fragante que ofrezca sus flores y sus frutos a los demás.
Por ello, no es infrecuente que los musulmanes hablando entre ellos utilicen el término «ganarse el Jardín». Término que todos asocian con la recompensa espiritual ante la búsqueda de perfección en el comportamiento.
Si examinamos este texto, llegaríamos a pensar que ese jardín lo encontramos cuando subyace el final de nuestras vidas, cuando llega la muerte y tenemos en nuestra mente la promesa del paraíso. Pero porque no podemos vivir en ese paraíso en el día a día, en el sinnúmero de situaciones que vivimos en la vida diaria, en esos momentos alegres pero también tristes y queremos que la vida tenga un solo color, aprendemos en la vida tanto de situaciones difíciles como placenteras y quizá las situaciones difíciles nos llevan a exigirnos cada vez más, a ser mejores, a salir avante, por ello el paraíso y la vida plena la vivimos en el aquí y en el ahora, no hay que esperar a que suceda esto o aquello para ser felices, para vivir la plenitud interior, si tenemos una actitud de aprendizaje, de vivir cada día como una experiencia nueva, viviremos en un jardín interior lleno de paz y de comprensión ante las situaciones que nos afecten y en cierta forma comprenderemos que las situaciones oscuras o difíciles nos llevan a expandir nuestra conciencia y a entender que la vida la comprenden todos los opuestos, la vida no es buena o mala, es como vivimos el momento que estamos pasando, podemos radiar de alegría en el momento más aciago así como podemos estar tristes en los momentos mas importantes de nuestra vida, por ello nuestra misión debe estar en cultivar ese jardín interior para que cada día como una planta crezcamos en fortaleza y comprensión del momento en que vivimos.
Cesar Augusto Vásquez Toro
Tabla 156 de patrocinados de Bello Antioquia
Nuestra vida está llena de experiencias que van trazando nuestro camino a cada instante. Despertamos y un nuevo día llega con la alegría de todo el universo que nos despierta muy temprano. Somos semillas en proceso germinativo, la tierra está abonada y a cada momento que tenemos la vamos regando, abonando. Estamos rodeados de semillas que germinan en la medida de sus posibilidades y de los dueños del jardín quienes, con mucho cuidado y mucho amor han empezado el proceso de siembra. Somos agradecidos con lo que vamos abonando a esta tierra. Ahora que somos conscientes realizamos un proceso diferente, más rico en la siembra, tratamos de mejorar cada día, dándole la oportunidad a la semilla de que tenga un crecimiento bonito, lleno de amor. Lo fortalecemos con agua pura y limpia cada día. Somos esas semillas y crecemos en la medida de nuestro desenvolvimiento al ir quitando esas capas que obstaculizan nuestro germinado.
A nuestro lado suelen crecer muchas plantas también, que obstaculizan nuestro desarrollo; malezas se nos presentan también este jardín; algunos mosquitos danzan a nuestro alrededor y nosotros como semillas, a pesar de las dificultades, seguimos creciendo. Somos todo terreno, queremos ser plantitas que tenemos la gran necesidad de florecer y dar sus frutos, algunas queremos ser rosas fragantes que esparcen su aroma a todos y llenar de vida nuestro jardín con su belleza.
Belleza interior expresada en su parte externa. El agua, fuente de vida y el sol, nos acompañan cada día. Los tomamos y agradecemos por tanto amor.
En este jardín el amor lo es todo para crecer y germinar. Hay rosas en nuestro jardín de todos los colores, que ya florecen muy seguido, flores de todos los colores y aromas están ahí viviendo. Permanecemos atentas a no dejarnos invadir por las malezas pues atrasa nuestro florecer: las malezas del egoísmo, de la pereza, de la tristeza en muchas ocasiones aparecen y solo tenemos que arrancarlas cada día. Y sembrar en este jardín fértil por la fuerza interior y la voluntad. Nuevos pensamientos y nuestra conciencia van dando sus frutos.
En nuestro jardín queremos seguir sembrando cada día; sembrando semillas nuevas que traigan consuelo, que tengan nuevas posibilidades de germinación; semillas que tengan fuerza para seguir creciendo. Todo depende en nuestro jardín del abono de la compasión, del servicio, nutridos con pensamientos positivos, con el agradecimiento a la tierra fértil que siempre está ahí disponible para empezar una nueva siembra. Somos cosechadores inquietos que tenemos a nuestro alcance el abono, el agua, el sol, el viento, el fuego de nuestras buenas intenciones, de nuestra unión, de nuestra alegría. En nuestro jardín hay fuerza, hay amor, hay respeto por el jardín y la siembra del otro, hay comprensión, hay muchas semillas de perdón, de fortaleza, de resiliencia y un sinfín de armonía. Hemos crecido y nuestra naturaleza siente que es nuestro compromiso seguir esparciendo semillas de bien.
Somos conscientes de que no somos perfectos, de que también hay mucha maleza en este gran jardín, pero seguiremos podando y dándole fuerza y vida a estas semillas de amor que hemos sembrado. Seguiremos cada día abonando nuestro jardín de conciencia y voluntad, construyendo, paso a paso, teniendo cuidado de no lastimar lo ya sembrado.
No hay nada ni nadie que nos impida crecer como semillas, sólo nuestra propia voluntad y conciencia. Estar alerta es lo mejor que podemos hacer mientras germinamos y crecemos y tener en cuenta que somos los cocreadores de nuestro jardín interior. Tenemos mucho para entregar en aras de un bien común, hemos descubierto la forma de mejorar nuestra cosecha cada día, un buen sol, agua y nunca olvidar un buen abono de pensamientos, sentimientos y acciones que nos permitan crecer y reverdecer. Así de esta forma seremos árboles frondosos, fuertes y podremos dar lo mejor de nuestros frutos, para de nuevo empezar a sembrar nuevas semillas- Entonces nuestros jardines se unirán todos, conscientes del valor que es tener un solo jardín, con muchas semillas y semilleros creados para trabajar conjuntamente con un mismo propósito dar los mejores frutos a la humanidad.
Adela Guzmán
Tabla 156 de patrocinados de Bello, Antioquia